lunes, 19 de diciembre de 2011

Nuestro parto

Este es el relato de mi parto, de nuestro parto. Estábamos ingresados desde el día anterior, el relato del final del embarazo está aquí.

Después de casi toda la noche en vela, un rato antes de las 6 intento ducharme, un poco de calorcito en los riñones no me vendrá mal, seguro que es que por la tarde no había agua caliente pero ahora sí… vaya, pues tampoco… Así que nada, vuelta a ponerme el camisón y a esperar.

A las 6 en punto, viene Carmen a buscarme, tan cariñosa, cojo las cosas, empiezo a empujar la pelota por el pasillo, llorando. No quiero una inducción… Incluso a ella se le humedecen los ojos y me ayuda con la pelota. Javi nos sigue con mi bolsa de “basura” y todos los demás bártulos, parece que vamos de mudanza.

Me recibe Juan Luis con una sonrisa cálida y un abrazo, pude hablar con él unos días antes y contarle mis desvelos. No puede ser más cariñoso explicándome cómo va a ser todo. Me enchufa el gotero a la vía que llevo puesta desde ayer y que vaya noche me ha dado… Lo deja al mínimo. Vamos poquito a poquito. Muy despacito, a ver qué tal… Siempre tranquilo, siempre sonriente, siempre respetuoso. Ha conseguido arreglarlo para ser él quien me reciba esta mañana, no puedo estar más agradecida. La auxiliar, Magda, otro amor que me cuida hasta el cambio de turno. Me dice que vamos a empezar con monitorización externa, que no me van a romper la bolsa directamente y respiro hondo, el latido de mi peque se registra bien así que vamos a ganar otro ratito juntos…

La cosa va despacio, ya empiezo a notar contracciones, empiezan a ir más seguidas pero son muy flojitas. Les agradezco que sigamos poco a poco. Me preguntan por la luz, yo prefiero estar a oscuras así que bajamos la persiana y no hay inconveniente. Al pasar las horas amanece y se hace de día pero yo sigo a oscuras, en mi cuevita. La sala es cómoda y silenciosa. Javi y yo estamos solos casi todo el tiempo, sólo a veces entran a ver qué tal.

Poco a poco van subiendo el gotero, pero muy despacito, yo voy encajando muy bien las contracciones, que cada vez son más seguidas y un poquito más fuertes. No quiero que me haga por ahora ningún tacto y no me lo hace. Cada una de las olas la respiro relajada, hasta que pasa. Me siento cómoda en la camilla con el respaldo medio incorporado. Tengo allí la pelota, pero estoy tan a gusto con la música y los ojos cerrados en la cama, en mi mundo. Javi es el que se entera de todo, habla con ellos y luego conmigo al oído.

El corazón de mi pequeño va bien. Sólo al principio hizo un extraño pero desde entonces va perfecto. Está aguantando la oxitocina como un campeón, él que estaba ahí tan a gustito…

Después de unas horas cambia el turno. Digo adiós a mi ángel de la guarda y saludo a quien será la matrona de mi parto, Cristina. Gracias Cris, te lo digo otra vez y nunca serán suficientes. Que buen ojo tuvo mi hermana. Ella supo qué necesitaba yo, y ahí estabas tú… La mezcla perfecta de empatía, asertividad, calidez, cercanía, y humor. Nos presentamos, me das espacio para hablar de cómo me siento, de lo que necesito, de lo que espero, tú escuchas. Me siento tranquila, confiada y capaz.

Sigo en mi nube, respirando las olas que van y vienen. La música que me relaja, a tope en los cascos, no oigo otra cosa, no veo otra cosa porque tengo los ojos cerrados. Para mí sigue siendo de noche aunque hace rato que ha amanecido. Las contracciones son ya fuertes, pero las respiro despacio como me enseñaron Sandra y Pilar en el taller de hipnonacimiento y tranquilamente van pasando. El gotero de oxitocina ya no está al mínimo, pero las voy encajando. No sé qué hora es. Estoy en mi planeta parto.

A ratos me despejo, a veces me apetece desconectar, otros ratos me apetece reír, con Cristina y con la nueva auxiliar, Azu, tan cariñosa también, es fácil. Mi hermana, entra de vez en cuando, mira el monitor, me sonríe, todo va bien, su cara me da confianza. Javi me acompaña todo el rato, me acaricia, me susurra palabras que me dan ánimo, somos un equipo…

Una pandilla de 3 gines entran de vez en cuando en tromba, rompiendo este hechizo. Mujeres, para más inri. Dos de ellas estudiantes, para empeorar el panorama, (estas son las gines de la próxima hornada… puf, mal vamos). Necesitan hacerme saber que están ahí, sacarme de mi burbuja. Hablando alto, sin cuidado, como en la cola del supermercado. Las colgaría de un pino o de la percha del gotero. Caras arrugadas, esto va muy despacio… ( no nos olvidemos que el expulsivo será en quirófano con los gines y estamos a viernes a mediodía…) “todavía no está rota la bolsa?” dice delante de mí… “hay-que-romper-la- bolsa”. Esta frase iba a caer en cualquier momento, y yo, en vez de sentir miedo, siento agradecimiento a mi matrona por haberme dejado disfrutar de mi bolsa intacta todo el rato que ha sido posible. Y sin embargo, es así de triste. Que estando todo bien, que estando la monitorización bien, el corazón de mi niño bien, yo bien, todo bien… hay un límite de tiempo. No puedes estar aquí todo el día, no tienes el tiempo que necesites para parir. No sólo te provocamos el parto antes de tiempo, sino que además  marcamos el ritmo y metemos prisas. Algún día esto pasará a la historia dentro del libro de “prácticas obstétricas obsoletas e irrespetuosas” y dejará de hacerse por protocolo en todos los hospitales. Algún día entenderemos que el cuerpo de la mujer es sagrado y tiene sus propios ritmos. Que el bebé que nace es sagrado y merece nuestro respeto en el momento más importante de su vida. Que sólo se debería intervenir en un parto si algo va mal, y este no era nuestro caso. Esto me pone triste, pero no me vengo abajo. Sé a lo que venía. Sabía que esto iba a pasar, en este lugar no iba a poner yo las reglas.

Así que cuando salen, y después de contarme tranquila y detalladamente en qué consiste lo que me va a hacer, dejándome llorar un rato para elaborar mi pequeño duelo, y tras esperar mi consentimiento, Cristina me rompe la bolsa. Aún con todo el cariño, me siento violada. Me duele. Es mi bolsa, nuestra bolsa. La membrana que aún protege a mi hijo, que no ha querido romperla todavía. Empieza a salir el líquido calentito en el que mi niño flotaba. Y cambio de monitor. Ahora ya interno. Una pinza en la cabeza de mi niño, varios cables me salen de entre las piernas. No puedo describir cómo me siento. Me retumba en la cabeza la idea de que este parto podría y debería haber sido respetado en sus tiempos. Que el corazón de mi niño estaba funcionando bien y sólo debería ser muy bien vigilado una vez fuera. Me da escalofríos con qué ligereza he oído hablar con anterioridad de la monitorización interna, y lo que realmente supone, una profanación de algo sagrado si no es absolutamente necesaria.

Sigo respirando las olas que van y vienen, cada vez más fuertes, ahora ya más fuertes, pero vuelvo a estar tranquila y van pasando despacio.... Sigo confiando en mí y en las personas que me rodean. Javi y Ana, Cristina y Azu. Se respira amor y tranquilidad en la habitación. Tengo muchas ganas también de ver a mi pequeño, tras estos 9 meses de sentirlo moverse dentro de mi tripa. Conocer ese codo, ese puño, y ese pie que sentía y hasta veía moverse. Conocer su carita. Mi Diego… ya falta poco…

De repente, viene una contracción que me parte, no la aguanto. No sé si será solo ésta o habrá más así... La siguiente es igual. Así no lo voy a aguantar, no necesito otra para saberlo, quiero la epidural. Cristina me hace un tacto, he llegado a 5 cm! Toda una proeza con la oxitocina en vena... Me acuerdo de Pilar y su hipnonacimiento, cuánto me ha ayudado… Todo es muy rápido, viene el anestesista, pinchazo certero, efecto al instante, la siguiente contracción ya no la noto.

A partir de aquí es muy distinto. Más difícil seguir en el planeta parto. Ya no duele. Ahora las contracciones las noto en el monitor. Cómo añoro mi parto soñado… Me cuesta permanecer presente en las contracciones, acordarme de mi bebé que él sí que las está sintiendo. Me distraigo fácilmente, estoy más de conversación. No me gusta. Y me da pena que esto se interprete como un avance para las mujeres. Sí, menos dolor, pero yo ya no estoy donde tengo que estar, acompañando a mi niño, ahora soy una observadora más… Vuelvo a colocarme, yo ya sabía a qué venía, ya sabía que esto iba a pasar, conocer la situación varias semanas antes del parto nos permitió venir con el duelo ya medio elaborado, aunque aún a ratos me revuelvo contra el sistema. Pero no me queda otra. Trago. Desde luego, vaya lección me trae este peque, con lo que me cuesta a mí tragar… Todavía no conozco la cara de mi nuevo maestro y ya me está haciendo aprender…

Tengo las piernas dormidas, ahora ya aunque quiera no me puedo levantar. Si tengo que hacer pis alguien me lo dice y me lo hace. Yo no siento nada. A veces noto la tripa dura en las contracciones, y no me duele, y pienso cómo mi pequeño sí las nota, intento acompañarle pero estoy como fuera…

Me preguntan que si quiero hablar con la pediatra, para saber qué va a pasar después… yo estoy en un momento delicado, no me encuentro con fuerzas, no quiero pensar en eso ahora… digo que no. Al rato me arrepiento, cómo no voy a querer?, claro que quiero saber qué va a pasar! Le dicen que venga. Cuando viene la doctora me explica escueta y fríamente (otra que faltó a las clases de Empatía y a las de Cómo hablar a una mujer que está de parto), y yo no estoy muy lúcida para hacer preguntas… no me entero mucho, bueno, que hagan lo que tengan que hacer… Además, con esa cara de vinagre no me resulta fácil pensar qué quiero preguntar… Después supe que la cara de vinagre era porque estaba contrariada por mi cambio de opinión… cachis!.

Poco a poco la cosa va avanzando… se acerca el momento. Aparece otra gine mirando el reloj y preguntando cómo va el tema, “habrá que ir yendo para el quirófano, no?” “Sí, falta un poco, ahora subimos…” Y con mirada cómplice alargamos otro ratito más… Cuanto más estemos en esta habitación, menos papeletas tendremos para la cesárea… Cuando nos quedamos solos los cuatro otra vez, Cristina me dice con una sonrisa: “Estas completa, vamos a empujar un poco”. No me lo creo… ya? “Sí, empuja un poco, ahora!, si empujamos aquí un poco habrá que empujar menos en el quirófano…” Ella y Ana me van diciendo cuándo empujar y cómo. Yo que había preparado mis respiraciones para este momento, las tengo que dejar a un lado y ponerme a empujar con todas mis fuerzas. Con la epidural y el cronómetro no me queda otra. Por lo menos vamos a intentar escapar de la cesárea…

Parece que la cosa marcha y ya se ve la cabecita de Diego, qué emoción… casi no me lo creo, lo voy a parir! Me voy a librar de la cesárea! Pregunto a Cristina si podrá no hacer episiotomía y con su cara me dice todo. Sabe que no la quiero y siento que a ella le va a doler hacérmela. Pero con la dilatación exprés y las prisas que habrá en el quirófano ya sin monitorización me temo que va a ser imposible. Y así es como me llevé la episiotomía de regalo, trato de verlo como un mal menor aunque a día de hoy, casi 9 meses después aún la noto a veces. Trato de integrar esa tristeza en el maremágnum que me abarrota la cabeza en esos momentos… Voy a ver la cara de mi pequeño, vamos a saber cómo está, va a empezar una nueva vida para nosotros y va a empezar en un contexto muy difícil, en un box de neonatología… al lado de todo eso, en ese momento la episiotomía casi no es nada y sin embargo, de todas esas cosas es la única que sigue hoy conmigo… Mi herida de guerra. Una cicatriz mi pequeño y otra yo. Una herida física ya cerrada y una herida emocional que va sanando poco a poco, que cada vez que escribo duele un poco menos…

Me montan en una camilla y tapada recorro el camino que lleva al quirófano. Todo el mundo me saluda al pasar por el control, me sonríen, me animan, todos ahí fuera están al corriente de todo… siento toda esa energía que me da ánimos, estoy en una nube… Pasillo, ascensor, pasillo, empiezo a ver gente con batas blancas, verdes, rojas, esto debe ser el quirófano, sólo les veo los ojos, me miran expectantes al pasar, me cambian de cama, me quitan unos cables, me ponen otros, al principio hay mucha gente pero al rato ya solo quedan unos poquitos. Alguien les ha pedido que no se armara mucho jaleo y debe de haber menos de lo habitual. Cristina y Ana ya están con sus gorros para terminar el parto, la gine ha dicho que lo podían acabar ellas y en silencio se lo agradezco. Y también le agradezco que haya dejado que Javi pase conmigo al quirófano.

Dentro del estrés del momento me siento bien. Me siento tranquila. Mi pareja y mi hermana están conmigo en este momento. Voy a poder hacerlo aunque no esté en mi casa en mejores circunstancias, voy a necesitar ayuda pero la voy a tener. Me van a ayudar. Reconozco los ojos de una de las gines que se quedan, de una de las consultas, una chica muy agradable y pienso que es una buena señal.

Me vuelven a decir que empuje. Ya no tengo la epidural puesta pero sigo sin sentir nada, no sé qué está pasando al otro lado de la tela, sólo hago lo que me dicen. Empuja ahora! Un gine se apoya en mi tripa y empuja a la vez que yo. Al final un buen pack, Kristeller incluida. Y sin embargo, no me molesta. En realidad es que no siento nada. Estoy agotada de empujar sin respirar. Pero ya no falta nada.

Después de unos empujones más, es mi hermana quien recoge a Diego y me lo da. No puedo describir lo que sentí en ese momento. Mi hijo! Lo había parido! Mi tripa estaba intacta. Era tan bonito, tan tierno, tan vital, tan fuerte… mi campeón. Con su corazoncito a la remanguillé dándome lecciones desde antes de nacer… Lo tuve cogido mientras cortaban el cordón, unos segundos, muy pocos, hasta que se lo llevaron. No podía dejar de gritar “pero qué bonito es!, qué bonito es! Mi niño, qué bonito es!!...qué bonito es!!! Qué bonito es! Que-bo-ni-to-es!”


Con un nudo en la garganta y los ojos abarrotados de lágrimas me venían a la cabeza las monstruosas imágenes que me había imaginado cuando nos hablaban de las “otras posibles patologías asociadas a la cardiopatía que no se descartan y se verán al nacer” y no podía parar de gritar “pero qué bonito es!!”

Se lo llevaron para observarlo en la habitación de al lado (y no podrían haberlo hecho allí conmigo? Aún me lo pregunto…) Al ratito, pude tenerlo en mis brazos unos minutos más. Alguien me lo trajo ya sin su grasita, colorado de haber sido frotado, de haber llorado, y me lo puso encima y mi niño se calló. Sabía que estaba con mamá. Pero aquello duró un par de minutos a lo sumo, porque otra vez se lo llevaron, y esta vez estuve sin verlo ya mucho tiempo, aquí empezaba nuestra separación obligada. Era necesaria una observación, aunque sigo pensando que se hubiera podido y se puede hacer mucho menos dramático para los dos si se quisiera. Menos doloroso. Menos antinatural. Claro que con una cardiopatía la excusa está fácil. Y si no, siempre está la de que no hay infraestructuras, no hay espacio… muchas barreras mentales que romper aún…

Pasé la siguiente hora de vuelta en la habitación, pero ahora sola y vacía. Seguía llorando de emoción y de tristeza, no tenía a mi niño en brazos, no estaba mi pareja para acompañarme en ese momento tan duro, no podía hablar con nadie. Las persianas subidas, de repente era de día, de repente había luz, eran las 5 de la tarde, la habitación parecía otra. Yo ya sabía que esto iba a ser así y que iba a ser duro pero eso no me aliviaba. Cogí un cuaderno, y, aunque la mano me bailaba aún del esfuerzo, conseguí escribir y me salió esto:


Continúa aquí

Pero no quiero dejar de agradecer aquí a todas las personas que hicieron que me sintiera apoyada, que me animaron, que me respetaron, que me ayudaron, que me sonrieron...

A Ana, gracias por acompañarme a pesar de nuestras dificultades y por todo lo que te esforzaste en que yo tuviera un parto lo más parecido posible a lo que quería, hablando con todo el mundo y rodeandome de personas cariñosas...
A Cristina y Azu, Juan Luis y Magda, por vuestro cariño...
A Patri, Sara, Carmen, Asun, a todas las compañeras de mi hermana que siguieron toda la historia y echaron un cable ese día desde la retaguardia...
A todas las personas del servicio de preparto, del paritorio, y del quirófano que pusieron su granito de arena ese día.
A Anabel, porque no pudo ser pero habría sido maravilloso. Y por esa sonrisa que me encontré por sorpresa cuando iba en la camilla para el quirófano y me dio tanta fuerza...