sábado, 23 de agosto de 2014

Y vais creciendo...

Y creceis... y se acerca otro cambio...

Y parece que fue ayer y sin embargo ya hace 3 años y medio que naciste, Diego, y parece que fue hace un rato y ya hace casi 2 años que naciste, Julia...

Y cada día que pasa me enamoro más de vosotros, cada día os quiero más si es que se puede, cada día me siento más feliz de ser vuestra madre...

Y cada día os veo crecer, y me gusta y me da un poquito de pena a la vez... me encanta ver cada día las cosas nuevas que vais descubriendo, me gusta sorprenderme con vosotros, ver todo por primera vez con vuestros ojos... y, también se me pone un nudo en la garganta cada vez que pienso en que quizá sea la última vez que escuche esa palabreja, que os monte en la mochila, que os tire por los aires... tantas cosas que irán quedando atrás y que sólo puedo fotografíar o grabar para que un día podamos verlo juntos... Leí esta entrada de Bei el otro día y me resonó tanto...

Pero si algo tengo claro es que estos años han sido con diferencia los mejores de mi vida. Concebiros, pariros, amamantaros, acogeros en mi regazo, vivir con vosotros, dormiros cada noche, acompañaros en el principio de vuestra vida, jugar cada día, saltar, correr... ha sido maravilloso aún con las dificultades, lo mejor que me ha pasado en la vida. Me siento afortunada de que me hayais elegido para ser vuestra madre. Con mis luces y mis sombras, trato de hacerlo cada día lo mejor que puedo, aprendiendo de los errores, agradeciendo al universo este regalo que me ha hecho.

El tiempo pasa rápido, y casi sin que me haya dado cuenta estamos casi ya a punto de un gran salto... Y lo estamos preparando con tanto amor, que sólo puede salir bien.

Junto con otras familias estamos poniendo todo nuestro trabajo, ilusión y cariño en construir para vosotros y otros nueve niños un espacio en el que podais crecer y desarrollaros, disfrutar y aprender, guiados por vuestro corazón, vuestro motor interno, ese que sabe lo que de verdad quereis. Un entorno precioso en la naturaleza, un espacio bonito y acogedor, unas acompañantes respetuosas que sabrán ver cómo sois cada uno y estar a vuestro lado siempre que lo necesiteis, unas familias amigas, una gran tribu con quien compartir este camino, que no parte de otro sitio que el de querer construir un mundo mejor, más empático, más solidario, más justo, más cuidadoso.


Así que, aún con este nudo en la garganta, tengo la ilusión a tope, la tranquilidad de que estareis bien, la ilusión de construir y ver rodar este proyecto, de seguir viendoos crecer. Y el hormigueo del cambio, de cerrar una etapa preciosa y abrir otra que puede serlo igual o más...





sábado, 11 de enero de 2014

Cómo llegamos a ser papás canguro...

(Escrito para Red Canguro)

Ya habíamos oído hablar del porteo, y ya sabíamos que portearíamos a nuestros hijos, pero también es verdad que andabamos muy perdidos, y que incluso guardabamos con ilusión durante el embarazo una colgona en el armario sin saber lo que era. Ya cerca del parto de Diego, descubrimos Red Canguro, y nos dimos cuenta de que no todos los portabebés valen igual si quieres que el porteo sea cómodo y seguro. Así que nos hicimos con un par de fulares elásticos y una mochila ergonómica. Diego no usó el carrito que nos regalaron hasta los 11 meses.

El embarazo de Diego terminó con el diagnóstico de una cardiopatía congénita, y acabó con un parto hospitalario con ingreso de tres meses entre esperas, preoperatorios, operación y recuperación. Al principio, en la unidad de neonatología, en un box lleno de cunas, y con la etiqueta ya de "los que no se despegan del niño", ni nos acordamos del porteo. Pero en cuanto tuvimos una habitación, aunque Diego estaba conectado con varios cables que nos daban un recorido máximo de dos metros, empezamos a ponerle a dormir en el fular. Al principio a todo el mundo le sorprendía, pero poco a poco se iba pudiendo ver bien, cómo con tanto jaleo hospitalario y habiéndo estado tanto tiempo en cuna y en manos ajenas, el niño dormía mucho mejor cuando estaba encima nuestro, bien pegadito. Se notaba que descansaba de otra manera. Se relajaba. Dormía plácidamente sin sobresaltos. Encima nuestro no consentíamos que le molestaran si no era necesario, ni termómetros, ni tomar la tensión, ni nada rutinario sólo porque hubiera un cambio de turno. En la cuna era otro cantar. En la cuna era como "suyo". Nadie nos pedía permiso para molestarle, simplemente "toca ponerle el termómetro" y ala a despertarle para algo que hubiera podido esperar un rato. En el hospital no parecían entender que él estuviera bien ahí "tan apretado" ni que nosotros no estuvieramos cansados de tener "todo el rato el niño encima". Pero lo cierto es que ni para él ni para nosotros había otra manera mejor de estar, ni siquiera otra manera de estar. Recuperando el tiempo separados. Re-encontrandonos, re-conociéndonos, re-conectándonos, y preparándonos para otro tiempo separados.


Incluso cuando nos dijeron que podíamos salir a dar algún paseo con una botella de oxígeno, no nos planteamos otra forma que no fuera esa, aunque la enfermera que nos traía el carrito del hospital nos pusiera cara de no entender nada. Nos hicimos verdaderos expertos del "nudo esquivando el cable del pie y el respirador del oxígeno". 




Cuando nació Julia, ya teníamos claro que la portearíamos desde el primer minuto. Lo que no sabemos, es qué hubiéramos hecho de no ser así. Cómo hubieramos podido atender las necesidades de los dos a la vez, cómo hubieramos podido hacer la comida, recoger la casa, jugar con Diego, y todo lo demás si Julia no hubiera echado sus largas siestas en el fular. Cómo de distinta hubiera sido la relación entre ellos si no hubiera existido la posibilidad de portear a los dos a la vez, mirandose cómplices y cogiéndose la mano. Ahora Julia tiene más de un año, y todavía sus siestas en la mochila en la espalda nos dejan hueco a Diego y a mí para jugar a cosas que de otra manera no podríamos.



Sin duda el porteo nos ha ayudado a fortalecer el vínculo con nuestros hijos. Ellos, se sienten cómodos y seguros yendo cerquita nuestro, escuchando nuestro corazón. Y para nosotros, pocas sensaciones han sido mejores que la de llevarles ahí pegaditos, sintiéndoles respirar tranquilos, viviendo en una burbuja aunque fuera llueva o haga frío.